Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró. (Lucas 23:46)
¡Era la aurora de un gran día! Poco sabía el hombre que este sería el día más grande de la historia. El humilde carpintero de Galilea había sido sentenciado a muerte, y muerte de Cruz. Fue éste la causa de una junta de gobierno. Lucas dice que Pilato convocó a los principales sacerdotes, a los gobernantes y al pueblo. Estaban a punto de presenciar un espectáculo sin precedentes.
Así el odio de los fariseos llevó a Cristo a la cruz. Pero gloria sea al Padre que detrás del crímen máximo de todos los tiempos estaba la obra de Dios, quien cumple por medios extraños y misteriosos Su plan eterno.
A las heridas y golpes, Jesús respondió con amor, y reconciliación en su muerte expiatoria. En la misma hora que el hombre decidió expresar el mayor grado de maldad, Dios escogió mostrar el mayor grado de amor. ¡Que contraste! Es por ello que la cruz es el hecho más trascendental en la historia de la salvación. Ella es la evidencia del amor supremo y sustentador de Dios, a la vez que la manifestación suprema de su justicia la cual demanda muerte para el pecador y vida eterna para los que con corazón sincero se rinden a Jesús.
Padre, en Tus manos encomiendo mi espíritu, fueron las últimas palabras que balbuceó Jesús, y luego expiró.
- Había una dirección en su clamor – Padre
- Había un lugar definido – En Tus manos
- Había una decisión – Encomiendo mí Espíritu, y
- Hubo también un resultado – Expiró
El encuentro con el Padre Celestial, significó la muerte a lo carnal y terrenal. Esto demuestra la incompatibilidad de lo terreno con lo celeste y de lo carnal con lo espiritual. Amadas, para asirnos de Dios, se precisa romper con el mundo. En Jesús este fue un hecho instantáneo; entregó su espíritu y cesó de vivir en la carne. Pablo dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. (Gal 2:20)
La cruz marca el fin de lo carnal y el inicio de lo espiritual. Es la victoria sobre el pasado doloroso y la aurora de un nuevo comienzo. Si has sido maltratada, alza tu clamor a Dios, entrégale tus cargas y encomiéndale tu vida. Es la única manera de sepultar el pasado doloroso y resucitar a una vida nueva. Da muerte a los deseos de la carne, perdona y vence con bien el mal. Cristo ya nos ha dado la victoria.
Oración: Padre, en Tus manos encomiendo mis heridas y doy fin al dolor que me impide resucitar. Gracias por tu ejemplo de humildad, amor y perdón, y gracias por poner tu vida y volverla a tomar. Tuyo es el poder. En el nombre de Jesús, amén.
Alabanza Sugerida: De Tal Manera Me Amó, CLewis – http://www.youtube.com/watch?v=h1wtNzRREuA