“Mi porción es Jehová” (Salmo 119:57).
El creyente tiene, como todas las personas, metas e ilusiones. Esto condiciona la orientación de vida. La estrofa del Salmo nos enseña cual es la verdadera riqueza del creyente, la dimensión espiritual de nuestras vidas.
La frase es breve pero concreta: “Mi porción es Jehová”. Dios es todo su deseo y lo coloca como razón de vida, mientras dice: “Tu eres mi esperanza” (Sal 142:5). Elige a Dios para que sea todo en su vida. Algunos escogen trabajar denodadamente en la obra de Dios, y no les queda tiempo para tener comunión con Él. Escogemos sobre todo al Señor, porque sólo en Él hay bendición. Él es “la porción de mi herencia y de mi copa”. El creyente sabe que nada tiene aquí y todo lo espera de Dios. Esta es Su promesa: “Yo soy tu parte y tu heredad” (Nm 18:20), y por fe dejamos todo en las manos de Dios. El resultado es magnífico: “Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos y es hermosa la heredad que me ha tocado” (Sal 16:6). Teniendo a Dios tenemos lo que nadie puede quitarnos. Por eso podemos decir: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de Ti nada deseo en la tierra” (Sal 73:25). Además sólo en Él soy fuerte. La carne y el corazón pueden desfallecer, pero “mi porción es Dios para siempre”. En la aflicción “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Sal 48:1). En Él puedo decir seguro: Todo lo puedo (Fil 4:13).
Debo atravesar un vado de aflicción, avanzar por la senda resbaladiza de la duda, subir por empinadas pendientes del desaliento, y es ahí, cuando todo falla, que escucho su voz: “Porque yo soy Jehová tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te ayudo” (Is 41:13). Mis fuerzas flaquean pero esta es su provisión: “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminará y no se fatigarán” (Is 40:30-31). En el declinar de la vida, cuando los años hayan dejado huella, podre decir seguro que “la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre” (Sal 73:26).
Esto traerá una nueva relación de comunión: “Tu presencia supliqué de corazón” (v. 58). Si Él es mi porción, buscaré una continua relación con Él. Quien escoge a Dios, tiene cuidado de sus propios caminos: “Consideré mis caminos, y volví mis pies a tus testimonios” (v. 59). La comunión con el Señor exige una vida limpia. Considerar el camino es observar la vida para ver que correcciones hay que hacer en ella, según la Palabra. Esto no queda en buenos propósitos, sino que hay una carga espiritual que impulsa a la acción. No es el resultado de una disciplina legalista, sino el haber elegido a Dios. Pero, cuando se Le pone como prioridad en la vida, nos veremos rodeados de enemigos (v. 61), porque “el que quiere vivir piadosamente, padecerá persecución” (2 Tm 3:12). Cuando Dios es mi porción, tengo una nueva forma de ver las cosas. La visión negativa desaparece. No dejaré de aborrecer el pecado, pero no estaré mirando siempre mis caídas. Debo ser consciente de mis fracasos y no dar concesión al mal, pero si tengo a Dios por mi porción veré todo desde la perspectiva de Su gracia.
Oración: En el día nublado de la prueba, estaré seguro de que Su sol está sobre las nubes. Por eso debo decir hoy: “Mi porción es Jehová”. En el nombre de Jesús, amén.
Alabanza: Mi Dios Es Real, Amalfi – https://www.youtube.com/watch?v=YGUtDIJlqNk
Samuel Pérez Millos – Ministerio Pastoral Aliento © 2016 – Derechos reservados