«Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 6:1).
Todas amamos, en mayor o en menor medida, el ser reconocidas y alabadas por los demás; es una actitud muy arraigada de nuestra naturaleza humana. Sentimos por dentro un cierto placer y podemos llegar a inflarnos con un aire de autosatisfacción, como el fariseo de la parábola en Lucas 18, y hasta nos dejamos arrastrar por un falso sentido de autorrealización. Mientras estemos de este lado del cielo, siempre tendremos que luchar contra esa tendencia malsana de hacer las cosas para ser agradables al ojo, aceptables al oído, obtener el aplauso del hombre, buscando con desesperación la aprobación de los demás y aun la de nosotras mismas.
La amorosa exhortación del Divino Maestro en el texto hoy se desarrolla precisamente en esa dirección: “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos.” Cristo no quiere que hagamos de nuestra piedad un teatro público como hacían los fariseos; ellos amaban orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para ser vistos por los hombres. Si ayunaban, procuraban que todos se enteraran que lo estaban haciendo, y al ofrendar hacían tocar trompeta delante todos, como una proclama pública de su falsa piedad.
La verdadera piedad, la que está motivada por el Espíritu de Dios, es algo que nace de lo profundo del corazón como producto de su gracia morando en nosotras ;es algo personal, íntimo, secreto, reservado, que no tenemos que vivir pregonando a los cuatro vientos para que todos se enteren de cuán buenas , desprendidas y espirituales somos. Si buscamos la alabanza de los demás, esa es ya nuestra recompensa: el reconocimiento mezquino de la gente y no la recompensa de Dios.
Si hay algo que Dios aborrece es la hipocresía en el ejercicio de la piedad. Hacer las cosas procurando servir al ojo, como dice Pablo, es algo que nos descalifica para obtener el galardón de Dios, que es el premio supremo que debemos anhelar. Jesús al hacer obras de misericordia, siempre recomendaba al beneficiario de su gracia: ¡Ve y no lo cuentes a nadie!, porque a Él no le interesaba el elogio del hombre, sino la complacencia de Dios. Debemos trabajar profundamente en este punto, y cuidar que todas nuestras motivaciones sean correctas, de forma tal que lleven toda la gloria a Dios.
Recordemos las palabras de Jesús que, “lo que haga tu derecha, no lo sepa tu izquierda”, con esto Jesús nos advertía que no sólo no debemos proclamar nuestra justicia personal ante los demás, sino lo que es más sorprendente, ni siquiera ante nosotras mismas.
Oración: Padre, que en mi vida toda la gloria siempre sea de Tuya, y para Jesucristo, el cual es bendito por los siglos de los siglos. Amén.
Alabanza: Es Por Tu Gracia, JARomero – http://www.youtube.com/watch?v=v14MWp8ZQx4
Carmen García de Corniel para Maestras del Bien ©2017 Derechos reservados www.maestrasdelbien.org -Originalmente publicada 8/4/2014