“Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1Ts 4:17).
¿Te imaginas lo que será estar siempre con el Señor? Esta es la mayor verdad del versículo. El apóstol escribía a personas que habían perdido seres queridos, creyentes en dificultades, con problemas por el testimonio. Muchos lloraban afectados por esa situación. Pablo no les dice que dejen a un lado sus sentimientos, pero les pide que “no se entristezcan como los otros que no tienen esperanza”. Cristo es en cada uno esperanza de gloria (Col 1:27).
El apóstol recuerda que la promesa del Señor de llevar consigo a los Suyos se cumplirá conforme a lo que dijo. En un momento del futuro, descenderá del cielo. Los creyentes que han partido antes de nosotros oirán Su voz llamándoles a resurrección y ser levantados para recibir el cuerpo incorruptible, pero, juntamente con ellos, los que aún vivamos seremos también transformados y todos juntos saldremos de este mundo para encontrarnos con el Señor en el aire. Entonces dará comienzo una nueva y extraordinaria experiencia de vida. La reunión será ya eterna. Nunca más la muerte podrá interrumpir la relación entre todos los que hemos creído en Jesús. El gozo de una vida perdurable será la realidad en la presencia del Señor. Atrás quedarán los días de aflicciones, las lágrimas, las angustias, las tristezas y todo cuanto supone la vida en este mundo. El llanto que inundó nuestros ojos y supuso una experiencia triste, concluirá definitivamente. El dolor que las enfermedades han producido, concluirá definitivamente porque nunca lo habrá más (Ap 21:4). Será entonces cuando trasladados a la presencia del Señor comenzará una dicha sin término en una paz perpetua. El gozo del lugar que Él prepara producirá en nosotros “deleites a su diestra para siempre” (Sal 16:11).
Sin embargo, nada de esto sería posible sin la presencia del Señor allí. El versículo lo hace notar: “estaremos siempre con el Señor”. ¡Oh, sí! ¡Bendita certeza! Siempre con Él, que murió por nosotros en una cruz para hacer posible la esperanza en nuestra vida. Siempre con Él, que estuvo a nuestro lado en cada momento de la peregrinación. Siempre con Él, que alentó nuestro corazón cuando desmayaba y nos dio fuerzas para dar un paso más en la carrera de la fe. Siempre con Él, que nos sostuvo cuando tropezamos y fortaleció nuestra flaqueza cuando no podíamos continuar. Entonces, en Su compañía los conflictos pasados serán vistos como el paso estrecho del tránsito a la gloria. Por fin le veremos con Él es, y nuestras almas estallarán gozosas en un cántico de gratitud. Pronto, muy pronto las nubes que cubren el camino darán paso a la gloriosa luz de quien es el Sol de Justicia. Nos daremos cuenta que las pruebas más duras no fueron una experiencia en soledad, sino en Su compañía.
Oración: Padre, qué afortunados que en el encuentro podremos decir con reconocimiento: gracias, Señor, muchas gracias por cuanto hiciste por mí. Mientras tanto, levantamos ahora los ojos al cielo, afirmamos nuestro corazón en la fe y somos alentados con la gloriosa promesa: “Estaremos siempre con el Señor”. Amén.
Samuel Perez Millos, Ministerio Aliento – Derechos Reservados © 2018 www.maestrasdelbien.org