“Volveos a la fortaleza, oh prisioneros de esperanza; hoy también os anuncio que os restauraré el doble” (Zacarías 9:12).

Me he parado a pensar que, en ocasiones, nuestra perspectiva de vida queda condicionada por los problemas que atravesamos, de modo que buscamos una promesa divina que genere en nosotros aliento para esa situación concreta. Esto condiciona de tal forma nuestro pensamiento que olvidamos lo que Dios quiere darnos desde Su gracia. Por eso el versículo contiene un mandamiento y una promesa. Es tan amplia que nos permitirá superar cualquier situación por difícil que sea; es tan precisa que puede darnos la tranquilidad en medio de la inquietud; es tan elevada que superará cualquier deseo de nuestro corazón.

El mensaje es para los que llama prisioneros de esperanza. Esto somos nosotros, por tanto, es personal para cada uno. No es para prisioneros bajo cerrojos de hierro y yugos de esclavitud, sino cautivos de esperanza. La esperanza es nuestra esfera de vida, la razón de nuestra existencia y la visión de nuestro futuro. Pero no está vinculada a cosas que esperamos, al lugar que Cristo prepara para nosotros y por el que suspiramos, al gozo perpetuo y la felicidad absoluta en cielos nuevos y tierra nueva. Nuestra esperanza se establece en una Persona, porque “Cristo es en vosotros esperanza de gloria” (Col 1:27).

Estamos con Él y estamos en Él. ¡Que bendita prisión la de la esperanza! Pero, quien es esperanza es también lugar de seguridad. Dios nos manda que volvamos a la fortaleza, refiriéndose a un volverse a Jesús. El Señor será “la fortaleza de su pueblo” (Jl 3:16). Allí nos sentimos a salvo del turbión violento que se desata en nuestra vida. Miramos a nuestro alrededor y nos damos cuenta que estamos cercados por Dios mismo. Esa fortaleza nos rodea totalmente (Is 25:1), para darnos una protección perfecta (Zc 2:5). Cuánta seguridad sentimos al saber que “el Ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende” (Sal 34:7). Esto provee de aliento y fuerzas que necesitamos. Dios conoce y comprende totalmente nuestra situación personal. Los que esperan en Él tendrán nuevas fuerzas en cada circunstancia por la que atraviesen (Is 40:31). En esa fortaleza, rodeados por Su amor, podremos restaurarnos de las heridas de la lucha cotidiana para llegar a la experiencia de una paz perfecta (Is 26:3).

Dios promete que, si nos volvemos a la fortaleza, nos dará una doble porción de Su gracia y de Sus bendiciones. Es posible que hayamos perdido muchas cosas, pero esa pérdida se transforma en ganancia, porque Él nos restaurará el doble. Hay una condición para el cumplimiento de la promesa: “Volveos a la fortaleza”. Es regresar a Dios sin condiciones. Acaso tengamos que hacerlo en confesión por nuestras faltas; tal vez debemos volver para recuperar una vida de dependencia; en cualquier caso, hemos de volver en humildad. Volver a Él es necesario, porque separados de Él nada podemos hacer. Basta con que levantemos a Él nuestra oración de fe y le roguemos que produzca en nosotros ese querer y el hacer que necesitamos para regresar a la fortaleza.

Quiero ahora regresar a Él, buscando con humildad lo que promete y entonces le oiré decir: “Conforme a tu fe te sea hecho”.

Oración: Oh, Dios, acepto por fe Tu promesa y espero confiando que me restaurarás el doble. Amén.

Samuel Perez Millos, Ministerio Aliento para Maestras del Bien – ©2018 Derechos reservados www.maestrasdelbien.org


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